domingo, 3 de agosto de 2008

ANTE TODO, LA JUSTICIA...


Corria el año del señor de 1997 y corria mi vieja kawa del 79 a llevarme al encuentro del almuerzo y el descanso para mi, para ella solo lo último.Nos merecíamos el descanso luego de entregar docientos sobres y cuarenta facturas.Para ganar tiempo,decidimos de común acuerdo,bajar por la calle quince que luego se convertía en carrera veintinueve al llegar a la galería de santa elena.éramos felices los dos,pues nuestra relación llevaba rato y a diferencia de otras, cada que nos juntábamos ,disfrutábamos.A pocas calles de cruzar la autopista,observé gran tumulto y la imaginación salió de su letargo y dijo a trabajar;quizá, para mi alegría y fortuna,los bancos y cooperativas decidían por fin responder por nuestros ahorros, ya que nuestras deudas a pesar de su quiebra y desaparición,se pasaban de unos a otros y ante cualquiera de ellos debíamos responder o atenernos a la consecuencia jurídica del incumplimiento.Justo en el primer puente sobre el caño,frente a las oficinas de un banco cooperativo en quiebra,el tumulto era más denso y se escuchaban más insultos y palabras de grueso calibre,muy comunes por cierto en el área.

Detuve mi kawa,la acomodé en un anden y le puse al rededor de su cintura y con mucho pesar, una gruesa cadena,pues la quería mucho y no me arriesgaba a que se marchara con el primero que le pintara pajaritos en el aire y le hiciera olvidar lo nuestro.Llegar a primera fila fué tarea ardua;ya a la orilla del caño,observé al frente,tres señores entre toda la chusma;uno con barriga de carnicero,cuchillo de carnicero en la diestra,otro con camisa de flores,zapatos color miel y un reloj de pulso amplio que a cada rato hacía regresar al antebrazo, subiendo y sacudiendo su extremidad izquierda;el tercero,ya lo conocía,era nada menos que el señor director nombrado para atender lo que quedaba de una cooperativa,cuyo nombre no olvido,pero trato de no recordar,por la salud de mi alma.Mi imaginación más veloz que mi moto,me susurró que seguro el hombre del cuchillo pretendía atracar a los otros dos o al menos discutian sobre eso;para asegurarme lo consulté con la señora de rulos en la cabeza y canasto en la mano.Pues no era ni lejos,lo que imaginaba;el señor con pinta de carnicero era nada menos que !el carnicero! el de los zapatos miel y reloj de pulso grande,el dueño de un granero, y el otro ,pues eso, el otro.Y no se iban a atracar ni algo parecido,no,estaban planeando capturar a un ladrón;éste último, se encontraba bajo el puente,donde pretendió esconderse luego de robar una caja con seis botellas de aceite para cocina;en su huida,la caja rodó hasta el hilo de agua gris,- que llamamos negra,por puro racismo contenido- se abrióy dejó escapar las botellas.El ladrón era casi un niño;langaruto y orejón,con un pantalón corto,descalzo y sin camisa;El carnicero se preparó para bajar,el señor del granero le ató una cuerda a su cinturita-si me oyera palmieri-y el otro,se quedó,para mi alegría,con el cuchillo del justiciero.

El ladrón casi-niño observaba con miedo, el descenso de la mole de carne,que mostraba claras intenciones de corregir y enseñar respeto;pero no tenía escape posible.Al llegar a la pequeña cornisa,el carnicero arrinconó al pequeño ladrón contra la pared del caño y le asestó tremendos golpes en la cara y en su estomago;el populacho enardecido,aplaudía y me pareció que hasta bajaban sus pulgares.Dos o quizá tres personas,murmuramos sobre la extrema juventud del ladron,tan próxima a la infancia;tremendo error! cincuenta cabezas con sus ojos, narices y bocas, giraron hacia nosotros y en un coro perfecto nos hicieron saber que si nos dolía mucho era porque eramos ladrones como él y que mejor nos abriéramos, antes que nos cobraran a nosotros también!.Una vocesita me susurró al oido, y no era mi imaginación,que lo más saludable era marcharme;así lo hice.Me dirigí hasta el lugar donde estaba mi moto y me pareció verla ansiosa de marcharse también,pues luego de liberarla de la oprobiosa cadena,encendió con la primer patada,ella que me tenía acostumbrado a las tres patadas en seco, abrirle el choque y hasta quemarle la bujía.Continuamos nuestro camino al barrio y el vacío en el estomago se lo achaqué a la demora en el almuerzo,todo por meterme en lo que no me incumbía y peor aún,atravesarme en el camino hacia la justicia,que aquella turba había emprendido,guiada, claro está ,por gentes de bien.

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