viernes, 1 de mayo de 2009

Al sun sun de la calavera...

Era una casa completamente distinta a las tantas que había conocido en nuestra vida nómada de alquiler en alquiler.
Tenía el patio situado al frente y la entrada a un costado;era por lo tanto más iluminada,sin esa oscuridad del corredor profundo que desembocaba al patio,no ,aquí era todo lo contrario,del patio se llegaba a la cocina y piezas a traves del corredor.El piso del patio tenía una leve capa de cemento, como si hubiesen vertido sobre él esa mezcla que resulta de lavar utensilios usados en la construcción:una carreta, palustres, reglas y demás;en un costado,un pequeño árbol de guayaba donde colocábamos un columpio,armábamos una imaginaria choza, un fuerte para combatir a los indios o torres y alcázares para repeler piratas.
Diferentes eran tambien sus habitantes;igual de pobres pero solo ocupaban tres cuartos;en uno de ellos una pareja que no tenía niños donde el frustrado padre era camionero;en la otra una pareja y dos hijos,un niño y una niña.En nuestro hogar existía ya otro hermanito,un par de años menor.
Transcurrieron quizá un par de años más, empleados en jugar,como era nuestra obligación infantil;en nuestros juegos involucrabamos sin esfuerzo a la niña hermana de nuestro vecino de cuarto;ella, sin soltar una vieja muñeca,correteaba junto a nosotros durante los combates con nuestros enemigos que jamás nos daban tregua,no tenía ella otra opción pues no había otra congenere que le acompañara a bañar, vestir y educar a su muñeca.Fieles a nuestra conciencia heredada de los ejemplos,la destinabamos a ser la muerta en las batallas,la prisionera o la que recogía la pelota cuando la lanzábamos fuera del sitio de juego.
Un día cualquiera,mi hermano amaneció con malestares acompañados de vómitos y diarrea que mamá se apresuró a combatir con remedios caseros que poco efecto surtieron;luego de un par de días durante los cuales las vecinas aconsejaron a mamá y papá que llevaran a mi hermano donde la señora que curaba el ojo en el barrio la isla,mi padre tomó la decisión de llevarlo al hospital departamental.Allí los médicos ordenaron no darle comida,mucho menos leche-cosa inutil pues nunca la bebiamos- además de suministrarle algun medicamento.
Los días pasaban y mi hermano no mostraba mejoría;papá y mamá acudían casi a diario al hospital y reclamaban otra acción de los médicos pero ellos se limitaban a decir que había que esperar la reacción.Un día empeoró la salud del niño y decidieron dejarle hospitalizado;al día siguiente mi padre salió temprano hacia el hospital a enterarse del estado de su hijo.Transcurrió la mañana, la tarde y la preocupación de mamá era evidente.A eso de las seis de la tarde, papá llegó en un carro cargando un paquete grande envuelto en unas sábanas de color blanco.Cuándo mamá le vió cayó desmayada con un grito,las vecinas corrieron a levantarla,mis hermanas sollozaban temerosas y yo, pasaba mi mano de arriba a abajo sobre una de las calzonarias que aún sostenian mi pantalón,sin comprender plenamente lo que sucedía.
Papá entró a la pieza y colocó el paquete sobre la cama e inclinado sobre él, se extremecía acompasadamente mientras las lágrimas humedecian las sábanas que envolvian el cuerpo de mi hermano.
Al poco rato,mientras mamá lloraba desconsolada junto al cuerpo de mi hermano,una tía llegó para encargarse de nosotros mientras papá salía buscar los medios para conseguir la atención de una funeraria.después de una horas llegó el servicio,colocaron el cuerpo de mi hermano en un pequeño ataud de color azul con angelitos blancos pintados en sus costados.Sobre cuatro barras de madera acomodaron el ataud y entonces papá nos abrazó a mis hermanas y a mí y luego se dedicó a consolar a mamá y organizar el velorio,aunque algunas vecinas llegadas de las casas vecinas decian que no era necesario pues era un niño, un ángel y no precisaba las mismas ceremonias de los viejos.
Esa noche, hasta muy tarde vi llorar a mamá sin consuelo,así como a la abuela y otros familiares;seguramente cansado, me quedé dormido.
A la mañana siguiente papá volvió a ausentarse muchas horas mientras mamá recibía continuamente bebidas de plantas para calmar su llanto y lograr serenarse.En la tarde,un bus alameda se cuadró en frente de la casa y se llenó con vecinos y familiares dispuestos a acompañarnos hasta el cementerio.Envuelto aun en una extraña nebulosa,me acomodaron en un puesto del bus junto a la ventanilla.Delante del bus,una pequeña carroza con el ataud emprendió la marcha;al poco rato llegamos frente al cementerio central y papá se bajó y luego de algunos minutos de ir y venir el cortejo salió de ese cementerio y emprendió un recorrido largo que me permitió ver partes de mi ciudad que yo no conocía.Embrujado por la novedad no me percataba de la magnitud de nuestra tragedia.Solo al llegar al cementerio que quedaba muy lejos de nuestra casa y frente a lo que a mí me pareció una inmensa montaña llena de casitas sobre una tierra colorada,volví a sentir esa desazón,ese vacio en el estomago incomprensible para mí.
Durante el entierro,viendo llorar a mamá hasta caer desmayada de nuevo,empecé a llorar al experimentar un miedo que nunca antes,ni siquiera al enfrentar al más malvado de los piratas había sentido.
Pasados unos días del entierro de mi hermano,al volver a iniciar nuestros juegos,las cosas no funcionaban igual;en mitad de alguna batalla,me quedaba como alelado,con la mente en blanco y me retiraba a mi pieza o me iba hasta la cocina o el lavadero a buscar a mamá y abrazrme a sus piernas,haciendo sus labores más dispendiosas con mi actitud, que se sumaba al continuo llanto suyo.
Pasados algunos meses,escuché a mamá decirle a nuestro padre que quería cambiar de pieza,buscar otra en alguna casa que estuviera ojalá lejos de esa.No soportaba, decía, los continuos recuerdos que le asaltaban desde cualquier rincón de la casa, o desde el patio donde acostumbrabamos jugar;le parecía oir sus gritos durante nuestros juegos o su llanto al caerse o pelearse con alguno de nosotros.
Papá accedió comprensivo y empezó a buscar otro lugar donde trasladarnos.Unos días después le informó a mamá que ya tenia una nueva pieza alquilada y que el día sabado nos trastearíamos.
Llegado el sábado,papá se apareció con una carretilla donde pronto estuvo acomodado nuestro chivo que estaba solo conformado por las camas,un armario,la estufa de petroleo, algunas bancas de madera y la infaltable reja de madera para colocar en la puerta de la futura pieza.
Cuando todo estuvo listo,mi papá se sentó en el pescante junto al carretillero y mi mamá;mis hermanas un poco al centro sobre los colchones y yo, al borde de la carretilla, balanceando mis piernas.Desde la puerta de la casa,las vecinas nos despedian con los deseos de buena suerte y la promesa de visitarnos algún día.La pareja de niños compañeros de juegos y yo,nos mirábamos sonrientes,empezando sin ser concientes de ello, a forjar nuestros pequeños cuerpos y nuestros espiritus para el largo camino de los adioses y las ausencias.
Pasadas casi cuatro décadas,aun sorprendía a mamá llorando en silencio mientras realizaba alguna labor cotidiana;en una de esas ocaciones mientras le abrazaba, me preguntó si le acompañaba a buscar aquella casa;me hizo prometerle que fuera un secreto entre los dos y así fué.
Nada quedaba de ella;ahora era una moderna casa de dos plantas,de ventanales con vidrios espejo y rejas;el patio construido totalmente , albergaba un local con un taller de mecanica automotriz,donde el continuo ruido de los martillos sobre las laminas y partes de los vehiculos,las risas y bromas de los mecanicos, impedian a sus moradores escuchar los gritos las voces y los llantos de los niños que una vez jugaron allí.